La Siguanaba
Ella era una mala madre porque dejaba solo a su hijo, el Cipitío, para estar con su amante. El niño comía ceniza y estaba muy barrigón de tan descuidado que estaba por su madre.

Dicen que es vista por la noche en los ríos y quebradas de El Salvador, lavando ropa y siempre buscando a su hijo, el Cipitio al cual le fue concedida la juventud eterna por el dios Tlaloc como recompensa de su sufrimiento.
Según lo que cuenta la leyenda, todos los trasnochadores están propensos a encontrarla. Sin embargo, persigue con más insistencia a los hombres enamorados, a los don juanes que hacen alarde de sus conquistas amorosas. A estos, la Siguanaba se les aparece en cualquier poza de agua en altas horas de la noche.
La ven bañándose con guacal de oro y peinándose con un peine del mismo metal, su bello cuerpo se trasluce a través del camisón. El hombre que la mira se vuelve loco por ella y no puede resistir a acercársele. Entonces, la Siguanaba lo llama, y se lo va llevando hasta embarrancarlo. Enseña horrible la cara cuando ya se lo ha ganado y lo tiene cerca.
Para no perder su alma, el hombre debe morder una cruz o una medallita y encomendarse a Dios. Otras personas dicen que para espantarla debe decírsele estas palabras: “Adios comadre María, patas de gallina seca” y con eso sale corriendo.
Otra forma de librarse del influjo de la Siguanaba, consiste en hacer un esfuerzo supremo y acercarse a ella lo más posible, tirarse al suelo cara al cielo, estirar la mano hasta tocarle el pelo, y luego halárselo. Así la Siguanaba se asusta y se tira al barranco.